martes, 2 de noviembre de 2010

El día de todos los santos


El pasado lunes celebramos la festividad de todos los Santos. El Día de Todos Los Santos es una tradición catolica instituida en honor de Todos los Santos, conocidos y desconocidos.
En los países de tradición
católica, lo celebramos el 1 de noviembre; En ella veneramos a todos los santos que no tienen una fiesta propia en el calendario litúrgico. En España y en otros muchos lugares del mundo se celebra la tradición de honrar y traer a nuestra memoria a las personas que han muerto. Los cementerios se llenan de flores. Las familias recuerdan aquellas personas queridas que no están, que se fueron... Es un día especial dentro del calendario de otoño: El día de la festividad de todos los santos que cada vez más se va sustituyendo por la cultura anglosajona del Haloween.Los niños se disfrazan de brujas y muertos vivientes,mientras que los adultos se dedican a realizar fiestas de disfraces con el pretexto de pasarlo bien y seguir en la rueda de esta nuestra sociedad de consumo.

En estas fechas retome la lectura de un poema de Gustavo Adolfo Becker que quiero compartir con vosotros.


Cerraron sus ojos

Que aun tenía abiertos;

Taparon su cara

Con un blanco lienzo;

Y unos sollozando,

Otros en silencio,

De la triste alcoba

Todos se salieron.

La luz, que en un vaso

Ardía en el suelo,

Al muro arrojaba

La sombra del lecho,

Y entre aquella sombra

Veíase a intervalos

Dibujarse rígida

La forma del cuerpo.

Despertaba el día

Y a su albor primero,

Con sus mil ruidos

Despertaba el pueblo.

Ante aquel contraste

De vida y misterios,

De luz y tinieblas,

[medité]1 un momento:

¡Dios mío, qué solos

Se quedan los muertos!

De la casa, en hombros,

lleváronla al templo,

y en una capilla

dejaron el féretro.

Allí rodearon

sus pálidos restos

de amarillas velas

y de paños negros.

Al dar de las ánimas

el toque postrero,

acabó una vieja

sus últimos rezos;

cruzó la ancha nave,

las puertas gimieron

y el santo recinto

quedose deserto.

De un reloj se oía

compasado el péndulo,

y de algunos cirios

el chisporroteo.

Tan medroso y triste,

tan oscuro y yerto

todo se encontraba...

que pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos

se quedan los muertos!

De la alta campana

la lengua de hierro

le dio volteando

su adiós lastimero.

El luto en las ropas

amigos y deudos

cruzaron en fila

formando el cortejo.

Del último asilo,

oscuro y estrecho,

abrió la piqueta

el nicho a un extremo.

Allí la acostaron,

tapáronle luego,

y con un saludo

despidiose el duelo.

La piqueta al hombro,

el sepulturero,

cantando entre dientes,

se perdió a lo lejos.

La noche se entraba,

reinaba el silencio:

perdido en las sombras,

medité un momento:

¡Dios mío, qué solos

se quedan los muertos!

En las largas noches

del helado invierno,

cuando las maderas

crujir hace el viento

y azota los vidrios

el fuerte aguacero

de la pobre niña

a solas me acuerdo.

Allí cae la lluvia

con un son eterno;

allí la combate

el soplo del cierzo,

del húmedo muro

tendida en el hueco,

¡acaso de frío

se hielan sus huesos!...

¿Vuelve el polvo al polvo?

¿Vuela el alma al cielo?

¿Todo es vil materia,

podredumbre y cieno?

¡No sé; pero hay algo

que explicar no puedo,

que al par nos infunde

repugnancia y duelo,

al dejar tan tristes,

tan solos los muertos!



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