lunes, 22 de junio de 2009


C U E N TA M Á S E L “ C Ó M O ”
Q U E E L “ Q U É ” E N S E Ñ A S


Para ser un buen profesor/ entrenador, para mí es saber sobre
todo el “cómo” enseñas, más que el “qué” enseñas. Igual
que lo importante es jugar (el “cómo”, la actitud, la predisposición),
más allá del juego que juegas (el “qué”). La letra con
sangre entra es un claro ejemplo de un “cómo” arrollador, que
no entiende de diferencias personales. No me
puedo plantear entrenar un equipo sin plantearme un “cómo”;
cada equipo te plantea el reto de buscar un “cómo” concreto,
un abanico de actitudes escogidas con detenimiento para
esa ocasión, para ese equipo. El equipo como una ocasión
irrepetible.
Nada queda entonces al azar ni a la improvisación. Con
unos, más estricto; con otros, más bromista. Pero para tener
éxito no puedes aplicar una misma receta en distintos momentos,
con distintas personas. Hay que buscar el equilibrio justo,
pues la alquimia de los equipos bien engrasados está en saber
cogerles la medida a los jugadores, y sobre todo que los jugadores
se sepan coger la medida los unos a los otros.


Ese “cómo” puede ser a veces conseguir unos buenos hábitos
de entrenamiento, lo que podríamos denominar, en términos
muy genéricos, una buena educación deportiva. Esforzarse
durante toda la sesión, estar atentos a las explicaciones, mostrar
buena disposición para participar de las preguntas que se
planteen durante las pausas, ser puntuales, etc., todo eso forma
parte de lo que entiendo por “hábitos de entrenamiento” y, como
ya he dicho, de una buena educación deportiva.


Sinceramente, sin esta base fundamental, y con la certeza de
que son los cimientos a partir de los que construir algo, me es
casi imposible hacer nada. Nada es concebible si no nos ganamos
el favor de los jugadores, esa confianza básica entrenador jugador.
Además, no concibo poder renunciar a este requisito,
ya que creo que es indispensable.


Si queremos hacer algo provechoso, hay que sentar las bases para
conseguir algo más que el que corran la pista y suden. Porque no
se trata de sudar o cansarse, y nada más. Sin duda, y argumentando
que lo básico es que sean capaces de luchar y esforzarse,


lo que se tiene que llegar a
producir es que se diviertan jugando al límite.
Siempre hay que buscar, además, el porqué de proponer un
ejercicio. La posibilidad de dedicar un tiempo precioso a un ejercicio
concreto nos tendría que hacer plantear la idoneidad de ese
ejercicio, más allá de la selección arbitraria de cualquier otra opción.
Hay que buscar el ejercicio idóneo para un grupo, para poder
trabajar un fundamento, para aprovechar al máximo el espacio y
los recursos de los que dispones, etc. Si nos ponemos a recetar ejercicios
con un criterio aleatorio, estamos condenándonos a un trabajo
angustioso y sin ningún provecho: poner parches a la vela de
un barco que va a la deriva.
Como entrenador/a tú propones, y no siempre sale como tú
querías. Creo que eso es un alivio, si no viviríamos tiranizados
por el determinismo, esperando siempre las consecuencias esperadas.
A partir de allí trabajas, para seguir adelante, para seguir
dándoles lo mejor que tienes entre manos. Alguna cosa
novedosa


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